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Falo y CivilizaciónNúmero 5

No hay mujeres en el siglo XXI

Por 06/05/2021 mayo 26th, 2021 No Comments

Abstract

La autora parte de la pregunta ¿Qué son las mujeres en el siglo XXI? Recorre su texto con diferentes reflexiones en torno a este interrogante y aporta referencias en el campo de la cultura que la llevan a plantear la hipótesis de cada vez menos personas se preocupan por la diferencia sexual. Su idea es que avanzamos hacia un mundo en el cual el significante mujer es un significante como cualquier otro, una parte de lalengua y no del discurso común. Lo que significa que ya no es más un enigma para mucha gente, es un efecto de la declinación de la función de la castración, con las consecuencias que esto trae respecto al goce y a los modos de vivir la pulsión.

¿Qué son las mujeres en el siglo XXI?

¿Podemos decir “mujeres”? ¿Es posible usar este sustantivo en plural, o más bien está perdiendo su significado? Estas preguntas siempre me han interrogado. Si el conjunto ‘mujer’ no es un conjunto cerrado, sino un conjunto abierto, significa que hay infinitas formas de ser mujer. Ninguna mujer es como otra. En ese caso, solo debería haber ejemplos singulares de mujer. Tal como lo revela la clínica. Esto, para mí, plantea la cuestión del paradigma, que ejemplifica algo así como un modelo a partir de similitudes. Un paradigma, por definición, generaliza lo que es diferente para cada uno, y esto hay que tenerlo en cuenta cuando utilizamos el plural “mujeres”. Llegaré a esto a continuación.

La clase de Pierre-Gilles Guéguen del mes pasado, sobre las tablas de la sexuación y la subversión de la lógica aristotélica, nos mostró lo que la subversión en sí añade a los límites de la lógica en juego en la tabla: cuando hay un conjunto cerrado también hay una excepción. La función fálica implica que hay una excepción que organiza el conjunto. En el lado masculino, todos dicen “sí” a la función fálica. Solo que esta totalidad de un conjunto no existe, ningún conjunto está completo, ninguna excepción existe realmente y no es posible ningún enunciado universal. Luego, en el lado femenino, tenemos el doble negativo. No hay mujer que diga no a la función fálica, pero alguna parte (en ella) dice “no” a la función fálica -que es su goce femenino. Esta “parte de ella” la hace singular y aprehensible sólo como una por una. Ninguna mujer es como otra, pero esto se refiere a su goce único, no se refiere a lo que de ella dice ‘sí’ a la función fálica. Nathalie Charraud aclara el No-Todo diciendo que es en cada mujer donde hay un rechazo a reconocer la excepción en cualquier otra, por lo que no se puede formar una totalidad de ellas como un conjunto. Un “Todo” sólo es posible cuando todos reconocen un punto de excepción, y esto nunca ocurre en este lado de la tabla.

Desde el punto de vista de la matemática pura o de la lógica pura, esta es una idea muy difícil de seguir, y no lo intentaré aquí, pero las preguntas que se abren con esto conciernen al valor del significante ‘mujer’ como tal. Sabemos por Lacan -y Pierre-Gilles Guéguen lo dejó muy claro en su artículo – que no podemos hablar de La mujer como un todo. La mujer no existe, del mismo modo que no existe el Otro, aunque esto no significa que no se hagan intentos por hacerla existir.

Si no podemos hablar de la totalidad de la mujer, ¿podemos hablar de una mujer, de una en particular? Tampoco es tan seguro. Solo podemos hablar del goce femenino como aquello que es diferente para cada uno, pero al mismo tiempo es muy difícil hablar de goce femenino tal como se nos presenta en la clínica, ya que éste se define como lo que no se puede decir. Y en la clínica esto no está dado de antemano, sino que se trata de una noción con la que hay que estar en sintonía y ser capaz de alojar. Esto es lo que hace de un analista alguien que puede alojar y estar en sintonía con el goce femenino en la medida en que emerge como resultado de la caída de las identificaciones que lo opacan. En la doctrina lacaniana no se es analista antes de reconocer este punto en uno mismo y luego demostrarlo a través del Pase, donde el significante del Otro barrado y el goce femenino correlativo reciben su sanción.

Sin embargo, no hablaré tanto del goce femenino como de los fenómenos generales que se relacionan con las mujeres de hoy, que leo y observo en mi propia realidad psíquica, es decir, en mi entorno. Les ofreceré estos fenómenos para que los corroboren, o no, según sea el caso. Por lo tanto, estos no son paradigmas, sino patrones que he notado, y su particularidad solo se manifiesta en la diferencia que se puede captar al compararlos con patrones de décadas anteriores.

En relación con la cuestión de la feminidad está precisamente el problema de cómo se puede generalizar en psicoanálisis. En cierto modo, cuando es general, no es psicoanálisis. Esto también incluye la cuestión de si la mujer es una categoría, si es colectivizable… -y pienso que no lo es. Lacan sostiene que nadie sabe qué es una mujer, y no podemos tener una categoría que nadie sepa definir. Esto me llevó más lejos en el asunto -de allí mi título “No hay mujeres en el siglo XXI”- incluso hasta preguntarme si las mujeres ya no existen más del todo. Lo digo a la luz del hecho de que partimos de la premisa de que algo ha cambiado en el siglo XXI, y que, lo que alguna vez fue un término utilizado por el otro sexo, llamado, ¨los hombres¨, -para designar todo lo que no funciona en la sociedad, en el sexo y en ellos mismos, haciendo así de las mujeres, su síntoma-, ahora me parece que no ocupa tanto esa función. Es como si cada vez menos personas se preocuparan por la diferencia sexual.

Hoy es bastante diferente. ¿Existe aún evidencia del tradicional repudio a la feminidad en el trabajo, o hay algo más en el trabajo que no se refiere necesariamente al significante mujer? La pregunta que hago es si a alguien le preocupan aún las mujeres, -incluso las mismas mujeres-, porque yo diría que, en la medida en que se necesita al sexo opuesto para convertir a la mujer en un síntoma -y a este sexo opuesto, los hombres, que hacen un conjunto organizado por la excepción-, este sexo opuesto también está a punto de desaparecer. No hay hombres en el siglo XXI.

¿Hay mujeres? ¿Los seres hablantes que se posicionan a nivel de su goce del lado del No Todo, son mujeres? ¿No es el caso de que solo sean mujeres si alguien más las llama mujer?

Mi idea es que avanzamos hacia un mundo en el cual el significante mujer es un significante como cualquier otro, una parte de la lalengua y no del discurso común. Al igual que el falo, que está perdiendo su poder y su vigencia, la mujer también ha dejado de ser el misterio que fue en algún momento, y ahora es tan enigmática como cualquier otro sustantivo abstracto. Lo cual significa que ya no es más un enigma para mucha gente. Este es un efecto de la declinación de la función de la castración. Cuando el goce surge del hecho de que la castración dejó un resto, el objeto a estará implicado en el modo particular en que alguien goza. En la actualidad, este goce excedente se vincula directamente con la pulsión. No hay pérdida de goce por estar en el lenguaje, hay más bien una especie de goce que no reconoce los límites del lenguaje, y este es el lado femenino de la sexuación: no hay límite reconocido, solo el del exceso.

Y si el goce femenino es un goce no limitado por un objeto sino infinito y en relación con el Otro del lenguaje, entonces es un goce que ha proliferado en los últimos diez años. De ninguna manera está ligado a la población biológicamente femenina, sino que se trata de un goce llamado femenino, que se extiende como reguero de pólvora. Cada vez menos seres hablantes parecen estar agobiados por la carencia de goce en sus vidas. Esto tiene consecuencias y manifestaciones específicas. Son consecuencias en los modos o en las condiciones de amor, consecuencias en el saber, consecuencias en el cuerpo y en el lenguaje.

Un pequeño resumen muy conciso de estas consecuencias está contenido en el discurso que Jacques-Alain Miller pronunció ante el Senado francés en el marco del debate sobre el matrimonio homosexual. Cito: “cada niña, cada niño, tiene que inventar su manera de imaginar su sexo y el otro, de acercarse o de huir de él”1En castellano se puede consultar en: Transformaciones. Ley, diversidad, sexuación. Buenos Aires, Grama 2013. Página 133..  Parafrasearé el resto de su discurso: Esto se debe a que hay un agujero en el programa sexual de la vida, para cada ser hablante. No podemos vivir la vida sin interpretarla incesantemente debido a este agujero en el centro de la relación sexual. El caso es que el lenguaje no nombra la cosa, al menos no para bien, porque el goce se entromete y nunca lo hace correctamente. No existe ningún programa, ningún plan “natural” ni ninguna buena intención posible para organizar la existencia, salvo el elemento único que es la forma particular de gozar, y que se distingue de los demás seres hablantes.

Entonces, inventamos nuestro modo de imaginar, de acercarnos o de huir del otro sexo. Esta es una elaboración a partir de lo que Lacan dice en Televisión. Parafraseo: “La cuestión del amor, ya sea moroso o divino, se ¨denuncia¨2Lacan, Jacques. “Televisión” Otros escritos. Buenos Aires, Paidós. Página 558., en esos jóvenes dedicados a las relaciones sin represión”. Así, Lacan hace referencia a algo que era frecuente en ese contexto, respecto a cuestionar la familia considerada paternalista, e imaginar otras formas, como si se pudiera sortear el impasse sexual. El mito de la “supresión familiar” es una necesidad -prosigue Lacan-, lo que significa que es un síntoma, un síntoma en el sentido en que hay algo erigido donde algo más no funciona o no existe. Mientras que el orden familiar no es más que la traducción del hecho de que el Padre no es el progenitor, y la Madre sigue siendo el contaminante de la mujer para la descendencia del hombre. La madre contamina lo que hay de mujer en los seres hablantes que dan a luz los hijos de un hombre.

Lacan continúa diciendo que el sexo es tan imposible como siempre lo fue. Ninguna utopía o ideal de no represión o sexo libre resolverá este problema porque es un problema lógico, y no se basa en el inconsciente -siendo este último solucionable hasta cierto punto. Pero Lacan se refiere al capitalismo, la estructura social que se sostuvo más o menos a lo largo del descubrimiento de Freud y también durante el intento fallido de los jóvenes de los años ´60 y ´70 por liberar el sexo y crear alternativas a la familia y a los modos en que el sexo se canalizaba. El efecto contrario ocurre cuando se intenta liberar el sexo: se lo mata. El sexo ha vuelto a cero, dice Lacan, y este fue el punto de partida del capitalismo: deshacerse del sexo. Entonces el destino de la mujer y el destino del sexo son correlativos, o al menos así leo a Lacan en estas páginas de Televisión.

Como el sexo, la mujer no es más que una pregunta, a menos que la pregunta se positivise, y se haga de ella una sustancia. Cuando hay sustancia, no hay pregunta y la cosa se vuelve sin sentido, o perversa. Desde el «¿qué quiere una mujer?» Freudiano, señalado por Lacan, hasta la noción de que no hay representación de la mujer en el inconsciente más que como madre, estamos en el campo de una ausencia, un semblante. Por otro lado, tenemos el hecho de que un hombre aborda a una mujer solo como objeto parcial, como objeto a, como parte separada del cuerpo, el fetiche -para nombrarlo de algún modo.

¿Qué se puede decir de las mujeres en el siglo XXI cuando esta relación entre los sexos está perdiendo todo sostén sintomático -si ese sostén sintomático es lo único que apuntala al semblante de la mujer? Creo que vuelve a ser una cuestión del Zeitgeist, independientemente de si los semblantes todavía se mantienen. Este es un ejercicio que no se corresponde con la noción de que una mujer solo existe como singular. Es un intento de hablar de las mujeres en plural.

Gerard Wajcman hizo un muy buen intento con su pieza llamada Tarantinoʼs Girls3 Wajcman, Gerard. “Tarantino’s Girls”, in Lacanian Ink, Issue 37, 2011.. Wajcman habla de paradigmas, en contraposición a categorías, y encuentra mujeres paradigmáticas en el cine, sobre todo en esos iconos de la pantalla que particularizan algo de una época: Marilyn Monroe en los ´50, Brigitte Bardot en los ´60, por nombrar las más destacadas. Pero, ¿qué distingue a un paradigma de cualquier otra imagen famosa, hermosa e impactante? Creo que es el elemento transgresor, implícito en el hecho de que el goce femenino, como aquello que convierte a una mujer en paradigma del espíritu de una época, se refiere a una pasión por algo que va más allá de lo que se supone que representa, es decir, una versión de un fantasma masculino. Ella es más que eso, porque habla. En el cine la gente habla, y ella es más que una mujer corriente porque es un objeto excesivo que desborda. Esto es lo que en Marilyn o Brigitte no está todo en la función fálica, y lo que las impulsa a otro nivel. Este es el nivel del exceso, de cierto ´demasiado´, de una alteridad para sí misma, de cierta ilimitación.

Realmente recomiendo este texto de Wacjman, pero también espero que no les quede demasiado presente en la mente, ya que voy a parafrasear algunas ideas más de allí. La pregunta que se plantea Wajcman es si las muchachas, que alguna vez fueron objetos fetichizados de los hombres, se han convertido ellas mismas en fetichistas. Este parece ser el caso de las chicas de Tarantino, quienes como su creador Quentin Tarantino, hablan como bocas autómatas. Torrentes de palabras que equivalen a inundaciones de goce. La abundancia de palabras no tiene otra función que el goce inherente al habla, al lenguaje como tal.

Así, para las chicas de Tarantino, el habla está del lado de la pulsión y no tanto del lado del amor. Por esta razón, creo que el término “muchachas” no es casualidad. A diferencia de los grandes íconos de la pantalla, mujeres muy voluptuosas, que estaban en pareja con un hombre, que expresaban su decepción, arrebato y decadencia general con palabras que hablaban de esta relación con el Otro, las chicas de Deathproof -la película de Tarantino que Wacjman toma para representar el paradigma del goce femenino en el siglo XXI- no se relacionan con ningún hombre más que hablando de ellos y, en particular, hablando sobre cómo usarlos. Esto las convierte en muchachas más que en mujeres. Estas palabras están menos articuladas a un fantasma, cuyo paradigma en los siglos XIX y XX habría sido Nora o Hedda de Henrik Ibsen: mujeres cuyo goce estaba ligado a un fantasma de encarcelamiento, en particular la prisión del lenguaje, pero en relación a un cuerpo que se fugaba de sus restricciones.

Hablar del siglo XXI significa comprender que los fantasmas del siglo XIX que enmarcaban a las mujeres de Flaubert o de Ibsen, ya no existe. Las mujeres del siglo XXI estarían menos sujetas a un fantasma que enmarque, localice y pacifique sus cuerpos. Más bien, están sujetas a la satisfacción directa de la pulsión, acotada solo por el efecto amortiguador de la imagen que las rodea.

Tan inspirada por las observaciones de Wajcman en “Tarantino´s girls”, a veces observo y escucho a grupos de adolescentes – uno se los encuentra en el autobús y en la calle, después de la escuela – y me ha sorprendido que cuando comparo sus estilos de divertirse entre ellos y sus conversaciones, con la época en que yo era adolescente … bueno, muchas cosas han cambiado. No tengo la impresión de que estas niñas adolescentes presten mucha atención a los muchachos. Hablan de ellos, mucho, pero hablan de ellos de una manera que no demuestra una inquietud real por ellos. Como dice Wajcman: el hombre, muy parecido a un objeto como el coche fetichizado de la película Deathproof, no es más que el equivalente exacto de un juguete sexual. Hablamos de un fetichismo diferente, el fetichismo capitalista del consumo, y no el fetichismo que vela el agujero. Con estas jóvenes y -por lo general- ruidosas bocas autómatas de las adolescentes, hay más charla que acción, y no hay inquietud por buscar el encuentro con el objeto de su charla. Ello sería precisamente un encuentro con la castración y con una pérdida de goce, y hay pocos incentivos como para intentarlo.

En nuestro tiempo, tomando como ejemplo a las chicas de Tarantino y a las adolescentes londinenses, no hay evidencia de lo que solía interpretarse como envidia del pene, que se sostenía en la idea de ‘no tener’. ‘No tener’ ya no es más un problema, se ha solucionado (aunque no del todo, claro), con el gadget y con la imagen. Como consecuencia, pequeños velos toman el lugar porque el fetiche ya no es un objeto que viene a velar lo que no existe, es decir, el falo de la madre. En cambio, hay un gusto por quitar los velos y por lo real, tal como vemos en la proliferación de los reality shows o en los deportes extremos, ambos atestiguando la prevalencia de la experiencia por sobre la sublimación. La experiencia es, por tanto, un modo de acceso directo a un objeto de consumo. La causa del deseo se borra.

Volviendo a las predicciones de Lacan, o más bien a su lectura de las estructuras contemporáneas que comandan la sociedad, el capitalismo y su incesante imperativo a gozar tiene como punto de partida deshacerse del sexo. Tenemos que detenernos aquí y preguntar cómo, por qué, puede alguien deshacerse del sexo. Creo que hoy vemos los efectos. Las adolescentes mencionadas anteriormente, esas pobres adolescentes británicas que llevan la peor parte del exceso capitalista, son educadas en la escuela con todo lo que el mercado les tira encima, sin que nadie se preocupe por  protegerlas o por lo que las hace felices. En un proyecto perverso los excesos del mercado se incrementan exponencialmente al enseñarle a los niños los peligros de ese exceso, lo que no hace más que sancionarlo. Por eso se les enseña sobre los “peligros de Internet”. Hay clases especiales dedicadas a todas las maldades del mundo. Los psicólogos educacionales agradables -y los no tan agradables- son contratados por la escuela, extracurriculares y también dentro del currículum, para enseñar a nuestros hijos sobre la pornografía, pero también sobre sus consecuencias, a pesar de que no son reconocidas por esta, a saber, depresión, anorexia, autolesiones, agresión sexual, por nombrar solo algunos. El apetito feroz del mercado engendra y hace proliferar sus propios síntomas, responde con una nueva industria masiva, la de la salud mental, y adoctrina a los jóvenes.

“Ninguna represión” se ha convertido en la norma, no como un ideal, como cuando las nuevas estructuras familiares se negociaban en nombre del “amor libre” en los años ’60, sino en la forma de deshacerse del sexo. Como dijo un columnista de The Guardian, las personas ahora tienen relaciones sexuales programadas y frenéticamente presionadas, como si se encontraran siempre tomadas en su intimidad por una alguna demanda externa –es frecuente encontrar los ciclos de fertilización in vitro, o algunas otras formas de instrumentalizar lo que solía ser “hacer el amor”. Y aquí, en Televisión, Lacan predice aún más cosas que vemos cumplidas en nuestro mundo de hoy. La imagen, tan importante en la perversión como en el capitalismo, o como lo que observamos a través de nuestros sentidos, no conducirá a nuevas formas de amar. Pero Dios, Dios es algo a lo que estamos volviendo. Bueno, Dios, la otra cara del goce femenino, es otro tema.

El “empuje-a-la-mujer” de la psicosis se puede observar en gran parte de la cultura popular y sus derivados -lo que solía llamarse subcultura. ¿Es este el destino de La mujer, hecha existir? Los remito al grupo de pop CocoRosie o Antony and the Johnsons -cuya música me gusta mucho- totalmente concernidos por la pregunta sobre La mujer, que no existe. CocoRosie son hermanas cuyas letras y música son suaves y esotéricas, cantan sobre espíritus y dioses e imágenes fantásticas que evocan cuentos de hadas. Ambas lucen barbas en fotos, en las portadas de sus álbumes y en sus videos. Aquí no hay nada que se parezca a la pregunta de la histérica, sino una expresión absolutamente única de género e identificación sexual fluídas. Mientras Antony and the Johnsons cantan sobre convertirse en una mujer hermosa y sobre otras promesas espirituales del más allá, hay una preocupación que se refiere a la eliminación de la división entre la madre y la mujer, y un dios que lo convertirá en una mujer.

Asique nuestras adolescentes soportan, por un lado, los efectos de la perversión generalizada, la carencia de nuevas formas de amor, y el capitalismo deshaciéndose del sexo y, por otro lado, escuchan música que resiste el embate consumista con respuestas perfectamente singulares que no se identifican con ningún factor común en el sexo o con la diferencia sexual. A la luz de estas observaciones en la cultura actual, ¿hay todavía mujeres en el siglo XXI?

 

* Este artículo fue publicado en inglés bajo el título “No women in the 21st century?” en la Revista LCexpress, vol.2 Issue 6, may 28, 2013.
Texto traducido por Roberto Cordero y revisado por Pia Liberati. Publicado con la amable autorización de la autora.

  • 1
    En castellano se puede consultar en: Transformaciones. Ley, diversidad, sexuación. Buenos Aires, Grama 2013. Página 133.
  • 2
    Lacan, Jacques. “Televisión” Otros escritos. Buenos Aires, Paidós. Página 558.
  • 3
    Wajcman, Gerard. “Tarantino’s Girls”, in Lacanian Ink, Issue 37, 2011.